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El Ego de un Masón

Tendría que empezar por definir qué es el EGO, pero eso ya sería en sí un tema completo, ya que depende del marco de referencia sería la descripción que tendríamos; la psicología lo define como el YO, como lo que nos da consciencia de nosotros mismos, la religión dice que el ego es “el amor hacia nosotros mismos” y por lo tanto es algo que nos lleva al pecado, porque busca el placer sin considerar a los demás.

masonCondecoradoEl ego, nuevamente depende de a quién le preguntemos, puede ser algo bueno o algo malo; o algo totalmente cierto, porque es desde el ego que conocemos al mundo, poniéndonos a nosotros mismos como jueces de lo que observamos, o puede ser algo totalmente falso, porque ese ego está compuesto de ilusiones y dogmas.

Desarrollamos nuestro ego al tomar consciencia de nosotros mismos, al descubrirnos como seres independientes del mundo, al saber que existimos, que tenemos vida, que tenemos necesidades y deseos y que tenemos temores, especialmente temor a la muerte, que es el fin de ese ego, el fin de nosotros mismos.

El ego es esa parte de uno que se ofende cuando nos insultan y se enorgullece cuando nos reconocen y felicitan. Es la parte que nos hace sentir rencor, culpa y vergüenza, pero también nos hace sentir satisfacción por nuestros logros, realización personal y tranquilidad por cumplir con lo que se espera de nosotros.

Bien, tenemos ya una idea básica de lo que es el ego, entonces pasemos a hablar del ego presente en la masonería.

Para los profanos que estén leyendo esto, quizá han visto videos o fotografías de masones de alto rango que portan su mandil muy decorado, y una especie de collarín con símbolos en metal dorado, elegantes guantes, sombrero, traje negro y en el traje muchas medallas como si hubieran ido a la guerra y hayan sido condecorados con todos los reconocimientos existentes, y obviamente caminan con ORGULLO mostrando su llamativa vestimenta a los demás.

Cualquiera podría pensar que una persona así tiene un ego muy grande, es decir, tiene de sí mismo una consideración enorme, o, en otras palabras, que se cree mucho, más que los demás y no teme mostrarlo.

El Aprendiz, al iniciarse, puede salir de la ceremonia sintiéndose superior al resto del mundo, y no podríamos culparlo realmente, ya que se le dice que ahora pertenece a la sociedad más antigua del mundo, que será poseedor de grandes secretos, que se le develarán misterios ancestrales y que podrá caminar bajo la lluvia sin mojarse… con todo eso, ¿quién no sentiría que el mundo quedó por debajo?

Luego al Aprendiz le es otorgado un Aumento de Salario, es decir, pasará del grado 1 al grado 2, y será un Compañero, ha aprendido a Trabajar sin supervisión y a la par de los demás, ¡qué orgullo! ¿no es así?, es como si se hubiera graduado en su carrera, porque ya conoce el oficio.

Ese nuevo Compañero porta, dentro del Templo, su mandil de otra manera que lo diferencia de los Aprendices, pero no basta con eso, muchas veces voltea con sus hermanos Aprendices y les da “consejos”, o los “instruye”, para que se sepa quién es quién. ¡Acaba de terminar de aprender la liturgia del primer grado, y se las enseña a los aprendices como si ese conocimiento lo tuviera de toda la vida!

Pero el tiempo pasa, y si ese masón cumplió con el deber que se le ha encomendado, entonces su ego se habrá disminuido, porque habrá visto en su caminar a través de la masonería varios símbolos del Templo, que le enseñan que no es él mejor o peor que los demás, que está “a nivel” del resto del mundo, habrá aprendido de sus hermanos la fraternidad y con ella la tolerancia y la humildad.

El masón que llega en verdad a ser un Maestro, debe de tener un control sobre su ego. Recuerdo un cuento de Antony de Mello, donde el Maestro le pidió a su discípulo que fuera al cementerio, y dijera a los muertos alabanzas, piropos y cosas agradables en general, al siguiente día le pidió que fuera de nuevo al cementerio, pero esta vez les dijera a los muertos insultos y groserías, luego le preguntó a su discípulo “¿cómo reaccionaron los muertos con tus alabanzas y cómo con tus insultos?”, “no reaccionaron ni respondieron”, contestó el discípulo, “pues bien” – le dijo el Maestro – “así has de ser tú cuando alguien te alabe o te insulte”.

La parafernalia masónica es parte del ritual, los mandiles, las joyas, las jerarquías dentro de los ceremoniales, todo eso tiene una razón de ser, el mal masón lo interpreta como ego, como algo que lo hace sentir grande, poderoso en el mal sentido (porque una persona realmente poderosa, lo es porque tiene poder sobre sí mismo) y superior a los demás. El masón que conoce el lenguaje de la masonería, ve todos esos adornos como símbolos que le indican la experiencia del hermano que los porta.

En las artes marciales se identifica a la “cinta negra” como una persona que tiene un alto grado de conocimiento, y esta es la razón: antiguamente, los monjes para poder practicar las artes marciales, debían sujetar sus holgadas ropas con una cinta para que no les estorbaran en sus movimientos. Cada día que practicaban, se amarraban la cinta, así, cada día la cinta se iba ensuciando un poco, el monje qué mas días había practicado, era quien tenia la cinta más sucia, más negra, y es por eso que la cinta negra se le otorga a quien ha reunido mucha experiencia.

En la masonería es algo similar, el Aprendiz tiene un mandil blanco únicamente, así empieza su camino, pero conforme obtenga experiencia, se le irán agregando artículos a su vestimenta, como la banda de maestro, el collarín con la joya que representa al puesto que ocupe dentro de la logia, o la venera, que es también como un collar, que porta el Venerable Maestro y muestra en ella los símbolos del conocimiento que ha adquirido.

El masón qué más adornos tiene, muestra en ellos su experiencia, pero no para presumir sus altos grados o jerarquía, sino para que sepan qué tanto puede él poner al servicio de sus hermanos y de la humanidad entera, o así debería de ser, así deberíamos de entenderlo, porque el conocimiento que vamos adquiriendo nos pone en nuestro lugar, nos hace reconocer que cuando pensábamos que sabíamos, no sabíamos… entonces, quién sabe si hoy realmente sepamos algo… es mejor guardar silencio y seguir aprendiendo. Cada conocimiento es un compromiso para ponerlo al servicio de los demás; sirviendo a los demás es como pagamos al Gran Arquitecto del Universo que nos diera esa chispa de entendimiento. Entre más sepas, más debes de servir.