Cuando tomamos consciencia de nosotros obviamente estamos vivos, nos protegemos para no lastimarnos y evitar así el dolor, pero la muerte se conoce hasta que se ve.
Los niños toman consciencia de la muerte desde temprana edad, pero normalmente la temen por sus padres más que por ellos mismos, es decir, temen que papá o mamá mueran, hasta que se enteran que también los niños pueden morir, entonces se asuntan y ese miedo inmenso con el tiempo se reprime en el inconsciente, de no ser así no podrían volver a jugar y reír.
Más tarde ese temor a la muerte desaparece en el adolescente, se cree inmortal, se cree que a él no le puede pasar y si le llegara a pasar lo mira con romanticismo y se cree que seguirá su vida en espíritu, como un fantasma.
Cuando se llega a adulto se ha visto ya suficiente muerte como para saber que todos podemos morir hoy y que lo haremos eventualmente, deseando que ese momento esté muy lejano aún.
La vida es curiosa en muchas maneras, una de ellas es que cuando alguien a quien conocimos que era mayor que nosotros muere, por mucho tiempo lo seguimos sintiendo como mayor que nosotros, aun cuando pasamos y por mucho la edad en que murió.
Verdaderamente el corazón sigue siempre igual, el pellejo es el que se arruga.
Woody Allen dice “No le temo a la muerte, pero no quiero estar ahí cuando suceda”, su deseo se le cumplirá, porque se dice que cuando uno es, la muerte no es, y cuando la muerte es, uno ya no es.
¿Por qué tenemos que morir? Pues porque la alternativa es infinitamente peor.